lunes, 2 de julio de 2012

10. Olga Orozco o la aceptación de una vida


Olga Orozco es una mujer argentina, que derrama poesía  por su rostro ya ajado, como ella reconoce en la poesía inédita que nos ha dejado después de su muerte. Nacida en Toay, La Pampa, en 1920. Tiene una vida intensa literaria que le hace poseedora de múltiples premios, pero por encima de premios lo más importante es que nos ha dejado una poesía que entra en las propias esencias de la realidad humana, con realismo trágico en muchas ocasiones  y con surrealismo amable y lúdico en otra.

“Ser poeta – dijo Olga Orozco– es también una incesante, una continua búsqueda. Es buscar, por medio de operaciones simbólicas, la recuperación de una unidad perdida, de la libertad esencial en la que es posible vivir todas las metamorfosis, todos los tiempos, todas las asociaciones o la grandeza de la PoesíaAl compás de esa trágica visión de la vida que tenia Olga la poesía en ella se convirtió en su relámpago de esperanza. Cada relato poético es un canto a la vida pero también un desvío para despistar a la muerte.

Título: Últimos poemas
Autor: Olga Orozco
Editorial: Alfaomega

 

 



Un relámpago apenas


Frente al espejo, yo, la inevitable
Nada que agradecer en los últimos años,
Nada, ni siquiera la paz con las señales de los renunciamientos, con su color inmóvil
Esta piel no registra tampoco el esplendor del paso de los ángeles,
Sino solo aridez, o apenas la escritura desolada del tiempo.
Esta boca no canta.Ancha boca sellada por el ultimo beso, por el ultimo adiós,
es una larga estría en un mármol de invierno en un mármol de invierno.
Pero ninguna marca delata los abismos
-ah intolerables vértigos, pesadillas como un túnel sin fin-
bajo el sedoso engaño de la frente que apenas si dibuja unas alas en vuelo.
¿Y qué pretenden ver estos ojos que indagan la distancia
Hasta donde comienza la región de las brumas,
ciudades congeladas, catedrales de sal y el oro viejo del sol decapitado?
Estos ojos que vienen de muy lejos saben ver más allá,
Hasta donde se quiebran las últimas astillas del reflejo.
Entonces apareces, envuelto por el vaho de la más lejanísima frontera,
y te buscas en mí que casi ya no estoy, o apenas si soy yo,
entera todavía,
y los dos resurgimos como desde un Jordan guardado en la memoria.
Los mismos otra vez, otra vez en cualquier lugar del mundo,
a pesar de la noche acumulada en todos los rincones, los sollozos y el viento.
Pero no; ya no estamos. Fue un temblor, un relámpago, un suspiro
el tiempo del milagro y la caída.
Se destemplo el azogue, se agitaron las aguas y te arrastró el oleaje
más allá de la última frontera, hasta detrás del vidrio.
Imposible pasar.
Aquí, frente al espejo, yo, la inevitable;
Una imagen en sombras y toda la soledad multiplicada